sábado, 10 de diciembre de 2011

¡¡¡TeRrEmOtO!!! Nuestra historia.

Mapa geológico de Nueva Zelanda de antes de 2010.
Nótese la falta de fallas conocidas en Christchurch 

Nueva Zelanda está situada en el límite entre dos enormes placas tectónicas: la placa Indoaustraliana, y la del Pacífico. Las numerosas cadenas montañosas, volcanes y actividad geotérmica  no dejan duda alguna de la inestabilidad geológica de este país. En 1931, las ciudades de Napier y Hastings fueron arrasadas por un terremoto de magnitud 7,8 en el que 256 personas perdieron la vida, y las dos ciudades tuvieron que ser completamente reconstruidas. Más recientemente, en Julio de 2009, otro terremoto de idéntica magnitud sacudió el área de los fiordos de la Isla Sur; tan brutal fue el movimiento sísmico, que a consecuencia de él, Nueva Zelanda ahora se encuentra 30 cm más cerca de Australia.

Los terremotos no son una sorpresa en este país. Pero a veces sí puede ser una sorpresa en dónde ocurren y con qué frecuencia. Como los terremotos de Christchurch de 2010 y 2011.

El 4 de Septiembre de 2010 a las 4:35 de la mañana, un terremoto de magnitud 7.1 sacudió Christchurch. En una situación sin precedentes en la historia, no se produjeron víctimas, y los daños, aunque abundantes y costosos, no fueron capaces de sofocar el enorme alivio y la alegría de sentir que habíamos evitado el desastre por los pelos. Aunque todo terremoto que se precie es seguido por un número de réplicas, las que siguieron a aquél terremoto de Septiembre fueron muchas y muy fuertes. Sin embargo, nadie sospechaba lo que el destino nos tenía preparado.

El 22 de Febrero de 2011, a las 12:51 pm, otro terremoto de 6.3 de intensidad, pero mucho más superficial y cuyo epicentro estaba situado mucho más cerca del centro de la ciudad, arrasó Christchurch y acabó con la vida de 182 personas. Algunos edificios se derrumbaron como una torre de cartas, como el Pyne Gould y el CTV; en este último trabajaban no sólo los equipos de TV regional de Canterbury, sino que también se utilizaba para dar clases de inglés a estudiantes de muchos países. Varios coches y autobuses fueron aplastados por los cascotes, llevándose consigo las vidas de los que viajaban en ellos. Miles de habitantes de Christchurch perdieron sus casas, o las vieron hundirse en licuefacción. Pánico. Desolación. Desesperanza.

Desde el 4 de Septiembre, más de 7600 réplicas han sacudido la ciudad de Christchurch y sus alrededores.

Y contando.

Nuevas fallas descubiertas alrededor de Christchurch tras los terremotos de Septiembre 2010 y Febrero 2011.
Los círculos representan réplicas.

Esta es la historia general de lo ocurrido, la que se puede consultar fácilmente en Wikipedia. No obstante, cada habitante de Christchurch, cada turista que tuvo la mala suerte de estar en la ciudad uno de esos fatídicos días, tiene su propia historia.

Hoy voy a contaros la mía.

---

Queenstown, Nueva Zelanda

El 3 de Septiembre de 2010 era sábado. Yo llevaba ya una semana en Queenstown, una ciudad turística en medio de unos paisajes espectaculares, en el centro de la Isla Sur. Estaba allí para una conferencia de Biología Molecular, y me había quedado el fin de semana para aprovechar la nieve y hacer algo de snowboard en las magníficas montañas que rodean la zona. Él se había quedado en Christchurch cuidando de nuestra perrita Muri, que entonces tenía sólo 6 meses. Mi compañera de trabajo, Rita, y yo, nos habíamos pasado la noche de juerga con otros asistentes a la conferencia y habíamos vuelto tarde a nuestra habitación compartida del hotel. Ambas estábamos profundamente dormidas.

En medio de la noche, me despertó un ruido extraño... Clack, click, clack, clack... Amodorrada y sin querer despertar del todo, conseguí identificar el origen del claqueteo: las perchas del armario ropero chocaban unas contra otras. "¿Qué leches hace Rita en medio de la noche moviendo las perchas?", pensé. Ella me dijo más tarde que había pensado exactamente lo mismo. Pero no tuve tiempo de comprobar que Rita seguía en su cama, porque inmediatamente la mía empezó a agitarse. Completamente despierta ahora, me llevó un par de segundos asimilar lo que estaba sucediento. Rita lo vocalizó antes de que yo pudiera hacerlo: "¡Oooohhh, así es como se siente un terremoto!". "¡Uauh, eso parece, cómo mola, nunca había sentido uno!", "Yo tampoco, oye, y sigue, y sigue...".

Efectivamente, aunque no lo suficientemente fuerte como para asustarnos, el movimiento se mantuvo durante más de un minuto. Era como estar en una lavadora. Tropezando con mis propios pies, me levanté de la cama y miré por la ventana. Un chico que debía volver de juerga caminaba delante del hotel, tambaleándose. "Fijo que éste no sabe si se tambalea por el terremoto o por la melopea". Las bromas y risas siguieron hasta que se calmó el suelo. Antes de volver a la cama, le mandé un mensaje a Él por móvil. "Hola Kiwi, ¡acaba de haber un terremoto aquí! ¡ha sido muy emocionante! Ya te cuento cuando vuelva. Te quiero, un besazo, C". Una vez le di a "enviar" dejé el móvil en la mesita, me di la vuelta y me dispuse a seguir durmiendo. Obviamente, eran casi las 5 de la mañana y no esperaba respuesta.

La luz del móvil se encendió y dio el tono de mensaje.

Lo cogí, confundida... ¡qué raro! Abrí el mensaje.

"De emocionante nada. Ha sido aquí. Muy, muy fuerte. Muchas cosas rotas. No encuentro a Muri. Te llamo luego."

En ese momento, el corazón se me encogió. "Rita, llama a casa inmediatamente. ¡El terremoto ha sido en Christchurch!". Nunca olvidaré su expresión de pánico mientras buscaba su móvil. Rita tiene dos niñas pequeñas, que estaban con su marido en una casa de alquiler justo en el centro de Christchurch. Una casa de ladrillo.

Incluso yo pude oír los gritos de su hija mayor cuando su marido cogió el teléfono. "¡Todo destrozado! ¡Estoy cogiendo a las niñas para sacarlas de casa! ¡No puedo bajar las escaleras, esto sigue moviéndose". "MMMAAAAAMMMIIIIIIIIIIIII" "Dios no, aquí viene otro. ¡Tengo que colgar! te llamo luego...".

El aeropuerto de Christchurch estaba cerrado. Rita y yo alquilamos un coche a la mañana siguiente. Queríamos estar en casa, con los nuestros. Queríamos ver.

Nunca estaré lo bastante agradecida a las leyes de la probabilidad por ser tan generosas conmigo. Él y yo estábamos bien. En nuestra casa se habían roto muchas cosas, pero la casa en sí estaba intacta. La familia de Rita también estaba perfectamente, aunque su casa no tanto... pero creía que podría salvarse la estructura, después de unos cuantos trabajos de reparación.

El edificio de la Facultad de Medicina, donde trabajo (o debería decir "donde trabajaba"), tiene 8 pisos y sufrió algunos daños en el terremoto de Septiembre. Sin embargo, los ingenieros le dieron el visto bueno, y sólo perdimos un par de semanas de trabajo mientras se revisaban todas las estructuras exhaustivamente. En los laboratorios, algunos matraces, vasos de medida y otros utensilios de cristal se rompieron, un par de máquinas cayeron al suelo... pero nada demasiado grave.

El humor de Christchurch pasó del horror al júbilo. "Alguien velaba por nosotros ahí arriba". "La catedral se ha salvado, es una señal". "No hay muertos, ahora hay que seguir adelante."

Poco nos imaginábamos entonces...

22 de Febrero de 2011

Me pasé la mañana alternando entre el laboratorio, en el segundo piso, y mi oficina, en el quinto. Haciendo algún experimento, rellenando una solicitud de proyecto, escribiendo y contestando correos electrónicos, de vuelta al laboratorio... un día normal. Una de las muchas ventajas de trabajar en la Facu de Medicina es que está justo al lado del centro, de modo que a la hora de comer puedes ir a una cafetería, o dar un paseo, o sentarte en los Jardines Botánicos a leer un artículo. Ese día tenía un cupón de descuento para ir a comer al restaurante Joe's Garage, cerca de Latimer Square. Pero la mañana amaneció cubierta, y con llovizna. Cerca de las 12 el tiempo no mejoraba. "¿Voy al centro? ¿No voy? Mmmmhhh... Naaa, uso el cupón mañana. Hoy me quedo a comer en el hospital".

Curioso, ¿verdad? Cómo son a veces las decisiones más inocuas, más inocentes, las que te pueden salvar la vida.

Me comí el almuerzo en el restaurante del hospital. Pero todavía me quedaba algo de gusanillo, y recordé que en el piso bajo hay una cafetería chiquitita, que sirve una tarta de plátano buenísima. "¿Por qué no?". Y allí me fui. Ya había acabado mi pedazo de tarta, y estaba terminando de leer un artículo de una revista. En 5 minutos me levantaría y volvería a la oficina.

12:51 pm

Una fuerte, pero breve sacudida, dejó la cafetería y el resto del hospital en silencio. A estas alturas estábamos más que acostumbrados a las constantes réplicas, algunas de más de 4.0, por lo que únicamente pensé: "Uy, esta réplica fue bastante fea". Aunque sólo llegué al "Uy, esta rép..." antes de que el mundo se viniera abajo.

Y es que fue así como lo sentí. El suelo no sólo se movía... ¡saltaba! Arriba, abajo, a los lados... tanto que apenas podía mantenerme en pie. A mi alrededor empezaban a sonar los gritos de terror de los clientes de la cafetería y los pacientes y visitantes del hospital. "Mierda... ¡MIERDA!", pensé, y me abalancé debajo de la mesa... Una mesa de plástico de lo más enclenque, de unos 70 cm de lado como mucho. Cualquier cascote que le hubiese caído encima la hubiera destrozado. Pero no había nada más, así que allá me fui... me agarré con las dos manos a la pata de la mesa, cual paraguas de Mary Poppins, y sentí que las sacudidas se hacían más fuertes. Oí las botellas, tazas y vasos desplomándose y haciéndose pedazos a mi alrededor. No las vi, porque había cerrado los ojos muy, muy fuerte. Recuerdo haber pensado: "Estoy en el piso bajo, tengo 8 pisos encima mío, y este edificio se cae". El movimiento era tan brutal, que me parecía imposible que no se cayera.

Y esperé. Esperé a que parara. No hay palabras para describir lo absolutamente indefensa e inútil que te sientes cuando la Naturaleza toma las riendas. Recuerdo un sentimiento de resignación, en plan de "Bueno, lo que tenga que pasar, que pase". Duró una eternidad, y a su vez no creo que pasara de los 20 segundos. Tan pronto como había venido, se fue, y el suelo volvió a parecer estable... aunque nunca más volvió a sentirse seguro, y no creo que vuelva a serlo jamás para nadie que haya vivido un terremoto. Abrí los ojos con cuidado, preparándome para otro temblor. Cuando vi que no ocurría, salí de debajo de la mesa con cuidado... el suelo estaba cubierto de cristales, y todo estaba a oscuras. Gritos y llantos a mi alrededor. En la mesa de al lado, una pareja de viejecitos miraba a todas partes, sin saber qué hacer, completamente confundidos. Los agarré a uno de cada brazo y me los llevé conmigo: "¡Vamos, tenemos que salir de aquí!". Por el camino tuvimos que esquivar botellas, vasos, mesas y sillas, una silla de ruedas volcada, una botella de suero en su percha... En la puerta de entrada ya estaba uno de los vigilantes de seguridad dirigiendo a la gente. "¡Salgan todos! ¡No vuelvan atrás! ¡Todos afuera!". Salimos los tres y, como la mujer de Lot, no pudimos evitar mirar atrás.

Las imágenes están grabadas en mi mente.

En los pisos primero y segundo, los pacientes miraban aterrorizados por la ventana y golpeaban el cristal. "¡Sacadnos de aquí!", parecían decir. Encamados, algunos enganchados al suero intravenoso, no podían salir por sí mismos. Intenté volver atrás, pero los guardias de seguridad me cerraron el paso: "No se entra, sólo se sale". No podía despegar mis ojos de aquellas personas aterrorizadas en los pisos de arriba. Se me llenaron los ojos de lágrimas.

Los dos viejecitos me cogieron del brazo. "Vamos a darnos un abrazo", dijeron. Y así, abrazados los tres a la puerta del hospital, nos pilló la primera réplica del terremoto de Febrero. Una vez más, el suelo empezó a moverse, y me di cuenta de que no podíamos quedarnos allí. Junto con otros trabajadores de la facultad, detuvimos el tráfico en la calle Riccarton - los coches ya empezaban a amontonarse en ambas direcciones: los que querían escapar de la ciudad, y los que querían encontrar a sus seres queridos - y creamos un pasillo para que los desalojados accedieran al parque Hagley.

Vecinos de Christchurch en el parque Hagley, tras el terremoto de Febrero

Desde allí, observamos indefensos los acontecimientos. Los teléfonos móviles eran inútiles: las llamadas ni entraban ni salían. Le mandé un mensaje a Él, confiando que estuviese en su oficina a las afueras de Christchurch, y que no le hubiese ocurrido nada. ¿Qué podía hacer, más que confiar? Entre la gente en Hagley, localicé a una de mis amigas, Sabina. Su novio, Miguel, un español, trabajaba en el centro. Ella intentaba mandarle un mensaje. Todo era confusión, madres desesperadas por localizar a sus hijos, hijos desesperados por localizar a sus padres, maridos, mujeres, novios, nadie sabía dónde estaba nadie. Ambulancias, helicópteros, bomberos y policía empezaron a circular, y sus sirenas se sumaron a las de las alarmas de los coches. Aquello era el caos.

Algún tiempo después - pueden haber sido minutos u horas - Miguel apareció, buscando a Sabina. Alivio enorme. pero la cara de Miguel lo decía todo. "¿Cómo está el centro?", preguntamos. "Destrozado", la respuesta. Y luego la frase que, más que ninguna, nos dio una idea de la gravedad de la situación: "La catedral se ha caído". La catedral de Christchurch, el símbolo de la ciudad, de la fuerza. Ya no estaba.

Fue esta frase la que me hizo consciente de algo mucho más importante que cualquier edificio. "Dios... esta vez debe haber muertos".

Y sí, vaya si los había.

Daños en la calle Riccarton, de camino a mi casa

Sabina, Miguel y yo volvimos andando a casa. No tenía sentido tratar de recuperar mi coche, que estaba aparcado en casa de Rita, justo en el centro. Caminamos durante horas, siendo testigos de los daños en la calle Riccarton, donde varios edificios se habían derrumbado completamente. En casa de Sabina, paramos a ir al baño y yo tomé prestado un jersey, ya que el tiempo era fresco. Miguel se quedó allí poniendo algo de orden en el caos de su casa, y Sabina y yo seguimos andando hacia mi casa. Los dos se sentían más seguros conmigo, más lejos del centro.

Después de una eternidad, llegamos a nuestra casa, aún en pie. Se abrió la puerta... y allí estaba Él.

Felicidad.

Habíamos sobrevivido.



Joe's Garage, el restaurante en el que iba a comer ese día, se derrumbó parcialmente en el terremoto. Una persona murió, y muchas otras resultaron heridas. Aún conservo el cupón, que me recuerda el valor y la fragilidad de la vida.

Él tenía una reunión de trabajo a las 3 de la tarde en uno de los hoteles que rodean la plaza de la catedral. A día de hoy, ni él ni yo sabemos si ese hotel se derrumbó o está aún en pie. No queremos saberlo.

Aunque mi pareja y mis amigos están todos bien, conozco a muchas personas que han perdido a seres queridos. Una compañera de trabajo de Él perdió a su padre. Una prima de Él perdió a dos amigas. Pedro Carazo, el dueño Pedro's, el restaurante español más famoso de Christchurch, perdió su restaurante, su casa... y a su hijo Chris, en el derrumbamiento del edificio CTV.

Muchos amigos han perdido sus casas. La de Rita estaba en tan mal estado que tuvo que ser derrumbada. Otros amigos aún esperan la resolución del EQC ("Earthquake Commission") para saber si las suyas pueden salvarse.

La Facultad de Medicina fue gravemente dañada en el terremoto de Febrero, y ha estado cerrada y en reparación desde entonces. Los empleados de la universidad hacen su trabajo desde laboratorios y oficinas temporales. Mi laboratorio está ahora en un edificio de la Universidad de Canterbury, y mi oficina es mi casa.

En la vida siempre hay algunas cosas que damos por sentadas, cosas permanentes que nos anclan a este mundo y que "siempre estarán ahí". El cielo sobre nuestras cabezas, el aire que respiramos...

...el suelo bajo nuestros pies...

Nunca más.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Primeros pasos




Cuando empecé a plantearme estudiar otra carrera, y a interesarme en concreto por la partería, estuve hablando con madres, embarazadas, estudiantes en diferentes años de la carrera y comadronas. Una de las charlas que más influyó en mi decisión fue la que tuve con Nina, una de las matronas más populares en Christchurch. Esta mujer, de mediana edad, lleva más de dos tercios de su vida dedicándose a traer niños al mundo y, a pesar de estar terriblemente ocupada prácticamente todo el año, accedió en seguida a tomarse un café conmigo y explicarme en qué consiste ser una comadrona en Nueva Zelanda, los pros, los contras, las opciones de futuro... Estaríamos aproximadamente una hora en la cafetería, y durante ese tiempo calculo que entraron y salieron unas 15 mamás con sus niños. Más de la mitad de ellas reconocieron a Nina y se acercaron a saludarla con una enorme sonrisa. Ella recordaba sus nombres, los nombres de sus hijos y los detalles de sus partos y de sus vidas. Yo observaba, admirada, el cariño que esas madres tenían por su comadrona.

Muchos meses después, cuando me llegó la carta de mi admisión, llamé a Nina para contarle las noticias y darle las gracias por su ayuda. Ella se mostró entusiasmada, y para mi sorpresa, como quien no quiere la cosa, me dijo que estaría encantada de tenerme como interna durante las prácticas del primer año.

Entre medias de todo esto, me enteré de que Irma, la prima de Él, que también vive en Christchurch, estaba embarazada de pocas semanas. Irma y yo no hemos tenido la oportunidad de vernos demasiado, debido a que su trabajo implica muchos turnos de horas poco sociales. Sin embargo, hace unas semanas nos encontramos durante el funeral de la abuela de Él y, con la excusa de su embarazo y mi cambio de carrera, acabamos hablando como cotorras durante horas y forjando los inicios de una amistad. Irma me invitó a acudir con ella y su compañero a hacer la ecografía de las 12 semanas y a estar presente en las visitas a la comadrona. "Qué comadrona tienes?", le pregunté. Y mira tú, casualidades de la vida, su comadrona es Nina.

Irma estaba nerviosa durante la ecografía. Debido a anteriores complicaciones con su embarazo, y a un susto muy gordo que se llevó hace 3 semanas, estaba muy preocupada por ver qué iba a mostrar. Yo estaba nerviosa también, porque esta iba a ser la primera ecografía que presenciaría. Hasta entonces, sólo había visto fotos de las mismas, y no sabía qué esperar.

Por segunda vez en menos de dos días, estuve presente en una situación mágica.

El bebé de Irma apareció tan rápido en la pantalla, que se diría que había estado esperando su momento de gloria. Por imágenes y fotografías que he visto en libros, o por las fotos de mis amigas, sabía qué esperarme en relación a la imagen... pero nunca había presenciado el movimiento. No sé por qué, siempre me había imaginado que un feto tan chiquitito tendría movimientos muy limitados. Pero aquel bebé no parecía haberse enterado... se giraba, movía los brazos, la cabeza, sufría ataques como de hipo... Los tres testigos lo mirábamos con la boca abierta y una sonrisa idiota en la cara. Dos brazos, dos piernas, diez dedos, cabeza en su sitio y del tamaño esperado, corazón latiendo normalmente al doble de la velocidad de su madre... datos que recuerdan que nunca más que durante un embarazo es más apreciada la palabra "normal". Los tres salimos de la consulta felices, e Irma parecía haber rejuvenecido 10 años en media hora.

Al día siguiente le tocaba la consulta con la comadrona, y me las arreglé para escaparme del trabajo durante una hora para acompañarles. Nina trabaja en lo que desde fuera parece una casa neozelandesa normal y corriente. Dentro, 5 comadronas se alternan para pasar consulta, más dos extra que han acomodado después de que perdieran su consulta durante el terremoto de Febrero. El interior de la consulta me impresonó muy gratamente... el sentimiento nada más entrar era de estar en tu casa. Nada en aquel lugar recuerda a una "consulta", excepto por algunos panfletos acerca del embarazo. Los sofás en la sala de espera no se distinguen en nada de los que cualquiera tendría en su propio salón. Hay juguetes en el suelo para los niños, y una ventana da a un jardín lleno de flores. La consulta en sí parece una habitación especialmente bien ordenada, con una cama individual (en vez de una camilla de hospital) que parecía de lo más cómoda y acogedora.

Lo que siguió fue una charla, casi entre amigos, entre Nina, Irma y su novio. Entre minuciosa información acerca de la ecografía, la alimentación de la embarazada y otros temas, Nina intercalaba preguntas más personales: "¿Cómo te sientes respecto a este embarazo?", "¿Qué tal vas del estómago estos días?", "¿Habéis pensado ya en planear las compras para el bebé?". Yo observaba y tomaba nota mentalmente.

"¿Os gustaría escuchar el latido del corazón del bebé?", preguntó Nina. "¡Claro!", exclamamos los tres casi al unísono. Irma se tendió en la cama y Nina tomó un detector de ultrasonidos (o comoquiera que se llame ese aparato). Pasándolo sobre el abdomen de Nina, pronto escuchamos un sonido rítmico, fuerte y lento. "Este es el tuyo", dijo Nina. "Ahora a ver si encontramos el del niño". Tras un rato más rebuscando por la barriga de Irma, con nosotros tres en silencio absoluto escuchando el chisporroteo estático de la máquina, pronto empezamos a percibir algo más concreto... bumbumbumbumbum... un sonido suave, rápido, delicado. El corazón de un bebé tan pequeño como una ciruela, pero lleno de vida y de futuras promesas. Nina nos dejó disfrutar de aquella música durante un buen rato.

Sí, esto es lo que yo quiero hacer. Quiero ser testigo de las caras de emoción, sorpresa e incredulidad de las mamás que esperan a su hijo. Quiero tranquilizarlas, apoyarlas y acompañarlas en este viaje alucinante. Quiero conocer gente nueva - pero nueva de verdad - cada día. Participar de la magia.



domingo, 4 de diciembre de 2011

Hay algo en el agua

He perdido la cuenta de las veces que la gente me pregunta: "¿Y qué tiene Nueva Zelanda, que todo el mundo que ha estado por allí habla maravillas del país?".

Dicen que una imagen vale más que mil palabras...hoy quiero compartir con vosotros algunas imágenes (y unas cuantas palabras) de algo mágico que he vivido durante este fin de semana. Algo que me recuerda lo increíblemente afortunada que soy, no sólo de contar con salud, trabajo y amor a raudales, sino de tener la oportunidad de vivir la magia de días como el sábado y el domingo, en los que la Madre Naturaleza me regaló una de las experiencias más emocionantes y enternecedoras que jamás he vivido.

Todo empezó con la visita de unos representantes de la empresa de Él en Inglaterra. Tras una semana llena de reuniones de trabajo, la empresa decidió ofrecer a los visitantes un fin de semana relajante en Akaroa. Como era ya la quinta vez en dos meses que Él pasaba el fin de semana fuera de casa por motivos de trabajo, su empresa me incluyó en el grupo, y yo hice de "organizadora" de las actividades del fin de semana.

La Península de Banks (Isla Sur, Nueva Zelanda)

Akaroa es un pueblecito costero situado en la Península de Banks, a hora y media de Christchurch. Entre las muchas posibilidades que ofrece al visitante, mi favorita es la oportunidad de observar, en su entorno natural, numerosas especies de mamíferos y aves marinas: focas, delfines, pingüinos, albatros, cormoranes... Todos ellos utilizan las tranquilas y templadas aguas que invaden la Península, formando una especie de lago de agua salada, para criar a sus familias, o bien como descanso de su larga migración. De los animales que se pueden ver en la zona, mis favoritos son los delfines Héctor, la especie más pequeña y más rara de delfín en todo el Mundo, presentes sólo en Nueva Zelanda. Estos delfines son muy diferentes a los que estamos acostumbrados a ver en otros países: miden poco más de un metro de longitud, son de color blanco y negro (similar a una orca), y su característica más distintiva es su aleta dorsal, que en vez de tener forma de hoz, es redondeada. Recuerda un poco a la oreja de Mickey Mouse. Aunque estos delfines están en peligro de extinción, parecen sentirse seguros en la Península de Banks, y es fácil verlos incluso sin salir del puerto, alimentándose, jugando y curioseando entre los barcos, para el deleite de vecinos y turistas.

Él y yo ya habíamos tenido la oportunidad de observar estos preciosos delfines muy de cerca, al tener Akaroa a la vuelta de la esquina. Desde el puerto pudimos verlos en varias ocasiones, estuvimos nadando con delfines dos veces, y en un viaje en canoa el año pasado, dos de estos cetáceos se nos arrimaron tanto que casi pudimos tocarlos, aunque se trató de una breve visita.

El sábado nos montamos en el barco en un día claro, cálido y espectacular para adentrarnos en un mundo plagado de vida. En tan solo unos pocos minutos, el barco se vio rodeado de delfines Héctor, que se acercaban curiosos, y jugaban en la proa del barco, aprovechando las olas que creaba. Apenas un grupo se alejaba, otro más venía a hacernos compañía, haciendo las delicias de todos.



Dirigiéndonos hacia la entrada del mar en la península, el capitán del barco nos avisó de otros dos animales aproximándose por babor. A primera vista creímos que se trataba de dos delfines más, ya que su tamaño era similar, y saltaban del agua de manera parecida a cómo los delfines lo hacen.



No obstante, estos animales eran mucho más rápidos, y de cuerpo más oscuro. Cuando nos aproximamos, pudimos comprobar  que se trataba de... ¡dos focas!.




Es difícil de describir la sensación de ver a esos dos magníficos y hermosos animales saltando en el aire, las dos al mismo tiempo, como dos niños corriendo, y riendo. Aquel despliegue de saltos y chapoteos sincronizados no era debido a la prisa por llegar a ninguna parte, ya que nadar bajo el agua les habría proporcionado más velocidad. No, lo que veíamos ante nosotros, sólo puede describirse como una muestra de júbilo, de simple y llano placer de vivir. Con enormes sonrisas en nuestras caras, seguimos a las dos focas hasta que no eran yas más que dos puntos en el horizonte.

No había terminado la Naturaleza de hacer alarde de sus criaturas. Poco después de visitar las distintas formaciones rocosas y las fallas y rocas volcánicas que caracterizan a esta zona - la Península de Banks se originó como consecuencia del colapso de dos volcanes -, cuando ya regresábamos a puerto, vislumbré una serie de cabecitas flotando sobre el agua.



"¡Pingüinos!", grité, haciéndole señas al capitán, "¡Pingüinos a babor!". Y efectivamente, allí estaban: un grupo de unos 7 de los pingüinos más pequeños del mundo, los Pingüinos Azules, agrupados y alternándose para sumergirse y buscar pececillos.


Regresamos de aquel crucero convencidos de que nada podría superar semejante experiencia.


El domingo amaneció con otro glorioso día, con el agua tan plana como un espejo, ideal para echarnos al agua con las canoas.


Yo, posando cual profesional del kayak


Teníamos la esperanza de encontrarnos furtivamente con algún delfín Héctor, pero nada nos preparó para lo que iba a suceder.

Los delfines, ese día, tenían ganas de jugar.



Las aguas cercanas a Akaroa eran un hervidero de delfines Héctor. No tardamos ni 20 minutos en divisar a los primeros, a unos 100 metros, fácilmente identificables por su aleta redondeada... Y no necesitamos perseguirlos, porque en cuanto se percataron de nuestra presencia, fueron ellos los que vinieron a saludarnos.


Nos rodearon. Nadaron al lado de los kayaks. Nos dirigieron, dos a la vez delante de cada kayak, a sus zonas favoritas. Jugaron con nosotros, acercándose rápido y sumergiéndose bajo el kayak un segundo antes de chocar con ella. Se nos ponían al lado mientras remábamos, mirándonos con sus ojos risueños, casi posando para nuestras fotos. Docenas de delfines, un grupo tras otro, dándonos la bienvenida a su hogar y tratándonos como amigos.

La sensación fue indescriptible.

Y una vez más, lo mejor no había llegado aún.

Volvíamos ya al puerto, cuando vi a Él delante de mí detener el kayak y mirar a su derecha. "¡Otro grupo de delfines!" pensé, feliz. Y sí, lo era. Pero este era especial. Él dijo algo que no entendí, excepto por la últimas palabras: "¡...una cría!". El corazón me dio un vuelco, y supliqué en mi mente que no hubiese oído mal. Ver una cría de delfín Héctor es extremadamente difícil, ya que las madres suelen ser muy protectoras.

Me acerqué a los demás kayaks y traté de seguir sus indicaciones... no tuve que esforzarme mucho, ya que una vez más, ellos vinieron a vernos a nosotros.

Magia.




Ondas en el agua. Tres cuerpos que se elevan sobre la superficie. Dos adultos. Y al lado de uno de ellos, de no más de 50 cm, la criatura más hermosa, más enternecedora que he visto en mi vida.


Una cría de delfín Héctor.

Parecía que era ella, la cría, la que dirigía a los adultos, a ver qué eran esas cosas amarillas sobre el agua, con esas criaturas extrañas que movían sus alargadas aletas y emitían sonidos extraños. "¡OOOHHH! ¡AAAHHH! ¡Mira, allí están otra vez, qué preciosidaaaad!". Estoy segura de que yo sonaba como una auténtica imbécil, pero me importaba un pito. Se me caían las lágrimas de la emoción.

Sí, esa cosita chiquitita a la izquierda del kayak amarillo es una cría de delfín Héctor

La familia volvía una y otra vez a visitar cada kayak. De lejos, veías tres aletas que se acercaban. Cuando estaban a unos 20 metros, los delfines alzaban la cabeza y te miraban. Se acercaban hasta que casi podías tocarlos, buceaban por debajo del kayak, y resurgían al otro lado, mirándote de lado con sus ojos pícaros. La cría era de un color algo más oscuro que sus padres. No se separaba de uno de los adultos, que debía ser la madre, pero no quería irse tampoco, y volvía una y otra vez, posiblemente tan encandilado por aquellas criaturas extrañas como estábamos nosotros con él o ella.

Es algo que no olvidaré jamás.

"¿Y qué tiene Nueva Zelanda, que todo el mundo que ha estado por allí habla maravillas del país?"

Tiene cosas como estas.


Sin palabras...

jueves, 1 de diciembre de 2011

"Bachelor in Midwifery", o cómo estudiar para comadrona en Nueva Zelanda

Adrian Baker - "La Comadrona", acrílico sobre lienzo

Uno de los muchos factores que me animaron a elegir esta nueva carrera es la diferencia de cómo se trata el embarazo y el parto en Nueva Zelanda, comparado con otros países. Aquí, más del 75% de las mujeres eligen exclusivamente una comadrona como la profesional que las seguirá, guiará y aconsejará durante el embarazo, el parto y las primeras 6 semanas de vida del bebé. Las comadronas pertenecen al sistema de salud, y reciben su sueldo del gobierno, incluso las que trabajan como autónomas. Las mujeres no tienen que pagar un duro, independientemente de las veces que necesiten ver a su comadrona, o el tipo de parto que decidan tener. Los ginecólogos sólo intervienen en caso de que existan complicaciones o factores de riesgo que así lo requieran. Esto influye, no sólo en la calidad de atención que las mujeres reciben, sino también en que muchas madres kiwis elijan tener a su hijo en casa, o en "casas de partos" ("birthing rooms"), en vez de en el hospital. Las comadronas kiwis tienen completa independencia de los médicos, y poseen autoridad para recetar medicamentos y llevar a cabo casi todos los procedimientos requeridos durante el embarazo y el parto, incluidos análisis de sangre, episiotomías, partos con ventosa, fórceps, etc.

En el sistema de estudios neozelandés, al contrario que en otros países, como España, para ser comadrona  no hace falta haber estudiado enfermería. La Licenciatura en Partería (la única traducción que encontré para "Bachelor in Midwifery", aunque reconozco que suena fatal en castellano) es de entrada directa y dura tres años. Al igual que muchas otras carreras relacionadas con la salud, no se suele estudiar en universidades propiamente dichas, sino en instituciones conocidas como "Institutos Politécnicos" ó "Institutos Tecnológicos". En Nueva Zelanda, esta carrera se puede estudiar en la Auckland University of Technology (AUT), el Waikato Institute of Technology, en Hamilton (Wintec), la Otago Polytechnic en Dunedin, el Christchurch Polytechnic Institute of Tecnology (CPIT) y en la Victoria University, en Wellington. La CPIT y Otago Polytechnic comparten el mismo programa de Licenciatura en Partería, que fue modificado y actualizado por última vez en 2009 para hacerlo compatible con el de otros países (como Inglaterra y Estados Unidos) y para adaptarlo a las nuevas tecnologías y los últimos avances en obstetricia.

Es en este programa, el Bachelor in Midwifery de la CPIT, en el que comienzo mis estudios en Enero del año que viene.


Cuando estudié mi primera carrera, Biología, en 1994 en la Universidad de Oviedo, ir a la Universidad en España seguía un patrón bastante similar en todas las Comunidades Autónomas: acudías a clase a las 9 de la mañana, asistías a una serie de asignaturas durante las cuales el profesor hablaba y tú tomabas apuntes, ibas a las clases prácticas (en mi caso, laboratorios la mayoría de ellas), y luego a empollar para los exámenes. Pocos eran los profesores que nos encargaban hacer trabajos, aún menos los que ofrecían tutorías organizadas, y prácticamente ninguno, en mi caso, que utilizase la evaluación continua y tomara en cuenta más que el examen final para calcular la nota. Las nuevas tecnologías eran cosa del "futuro", e internet era sólo un rumor de algo que se hacía con los ordenadores allá por las Américas, y que aún tardaría un par de años en hacer aparición en las casas de algunos españoles afortunados.

No sé si las cosas habrán cambiado desde entonces, sobre todo ahora con el famoso plan Bolonia, pero estudiar una carrera hoy en día en Nueva Zelanda es completamente diferente. Para empezar, las "clases" tal y como las entendía yo, no existen. Lo que más se aproxima son una serie de semanas (7 en el primer año), conocidas como "semanas intensivas", en las que tenemos que estar en la Uni generalmente de 9 de la mañana a 4:30 de la tarde. Estas semanas pueden incluir clases (con profesor), experiencias extra-universitarias (visitas a maraes o lugares de reunión maorís, a mujeres embarazadas o a clínicas), presentaciones, prácticas, etc. Una vez por semana durante todo el curso tenemos una "small group tutorial", o tutoría de grupos pequeños, en la que las alumnas nos reunimos con nuestro tutor y alguno de los profesores y discutimos los temas que estemos dando, y los problemas o desafíos que nos vayamos encontrando. Ahí se acaban las veces que tenemos que estar en la uni, a no ser que decidamos subir para ir a la biblioteca, usar los ordenadores o alguna de las instalaciones, hablar con un profesor o hacer alguna transacción. El resto del estudio lo podemos hacer desde casa, utilizando los libros recomendados, y una serie de "bloques de estudio" online a los que nos da acceso nuestro nombre de usuario y contraseña de la CPIT. Cada semana tenemos que completar 2 ó 3 de estos bloques, en los que se nos encargará también hacer trabajos, o proyectos ("assignments"), que serán evaluados, junto con los exámenes, para calcular nuestra nota. También tenemos "clases a distancia", que se imparten a través de Skype, con todos los alumnos conectados con el profesor por webcam.

Adicionalmente, cada estudiante tendrá una seria de "practical placements", o "ubicaciones prácticas", en las que se le designará una comadrona que será su "tutora" y a la que tendrá que acompañar y aprender de ella, y una serie de mujeres embarazadas a las que tendrá que visitar en su casa y aprender acerca de sus circunstancias personales.

Esto es en el primer año... En el segundo año, las estudiantes tendrán sus propios casos que atender, con más o menos supervisión dependiendo de la experiencia. Durante el tercer año, el 95% del curso se hace en tu "ubicación", trabajando como aprendiz de comadrona, y consiguiendo cada vez más independencia.

En el próximo artículo os hablaré acerca del proceso de admisión, que es bastante exigente, la matrícula, y las condiciones para alguien que, como yo, viene de un país diferente. ¿Quién sabe? Puede que a alguno de vosotros le sea útil en un futuro :)

martes, 29 de noviembre de 2011

Soplan aires de cambio...




Cada vez que vuelvo a casa a visitar a mi familia y mis amigos, lo que más me sorprende no es lo mucho que ha cambiado todo, los edificios nuevos, las familias que crecen o los que se han ido. No, lo que me sigue sorprendiendo, una y otra vez, es la gente que sigue igual. La tiendecita de la esquina, en la que llevan trabajando tres generaciones de la misma familia. Los amigos que se reúnen en la misma cafetería de siempre. Los numerosos miembros de mi familia que viven, no ya en la misma ciudad, sino casi en el mismo barrio.

Yo siempre he sido un bicho raro.

La rutina me agobia. Una vida tranquila y predecible en el mismo pueblo, ciudad, o hasta país, sería, para mí, como una condena. Incluso la ciencia, que ha sido mi vocación desde muy chiquitita, ha perdido algo de su lustre tras varios años dedicándome a ella. Así que lo he decidido: me vuelvo a la universidad, quiero convertirme en comadrona. Mi cabeza necesita aprender cosas nuevas; mi entusiasmo, una nueva vocación; mi corazón, sorprendentemente, sigue ocupado por Él, que ha conseguido establecerse en mi vida y convertirse en una de esas constantes que una mente inquieta nunca cuestiona, como el aire, el agua o el cielo. Más me vale, porque Él será el hombro sobre el que me apoye, y el soporte económico que voy a necesitar durante los siguientes tres años, en los que esta "profesional" se convertirá de nuevo en estudiante.

Y Nueva Zelanda, ¿qué puedo decir de ella? ¿Cómo resumir este pequeño y aislado país para alguien que no lo conoce? Aotearoa, o "la Tierra de la Nube Blanca", me ha dado muchas cosas durante los últimos casi 6 años que he sido su huésped. Muchas cosas buenas, y un puñado de malas... La peor, una serie de terremotos que ha asolado mi querida ciudad, la Ciudad de los Jardines, que es ahora la Ciudad de los Escombros. Pero resurgirá, con mi ayuda y la de todos los que nos negamos a abandonarla. ¿La mejor? Uy, hay tantas cosas donde elegir... Nueva Zelanda me ha dado aventuras, paisajes espectaculares, me ha recibido con los brazos abiertos y desarmado con su sencillez y su naturalidad. Me ha dado amistades de todo el mundo, me ha enriquecido con su mezcla de gentes y culturas. Y me ha dado a Él. Sólo por eso ya habría merecido la pena.

Pero basta de discursos... esto pretendía únicamente ser una presentación. De Nueva Zelanda, universidades, comadronas, y demás, tendréis oportunidades de sobra para aprender en las próximas semanas y meses, si me hacéis el honor de visitar mi casa de cuando en cuando. Así que pasad... ¡Bienvenidos! Hay café en la cafetera, galletas hechas en casa, y la historia está a punto de comenzar. Poneos cómodos.

Ya llega la cigüeña...