miércoles, 7 de diciembre de 2011

Primeros pasos




Cuando empecé a plantearme estudiar otra carrera, y a interesarme en concreto por la partería, estuve hablando con madres, embarazadas, estudiantes en diferentes años de la carrera y comadronas. Una de las charlas que más influyó en mi decisión fue la que tuve con Nina, una de las matronas más populares en Christchurch. Esta mujer, de mediana edad, lleva más de dos tercios de su vida dedicándose a traer niños al mundo y, a pesar de estar terriblemente ocupada prácticamente todo el año, accedió en seguida a tomarse un café conmigo y explicarme en qué consiste ser una comadrona en Nueva Zelanda, los pros, los contras, las opciones de futuro... Estaríamos aproximadamente una hora en la cafetería, y durante ese tiempo calculo que entraron y salieron unas 15 mamás con sus niños. Más de la mitad de ellas reconocieron a Nina y se acercaron a saludarla con una enorme sonrisa. Ella recordaba sus nombres, los nombres de sus hijos y los detalles de sus partos y de sus vidas. Yo observaba, admirada, el cariño que esas madres tenían por su comadrona.

Muchos meses después, cuando me llegó la carta de mi admisión, llamé a Nina para contarle las noticias y darle las gracias por su ayuda. Ella se mostró entusiasmada, y para mi sorpresa, como quien no quiere la cosa, me dijo que estaría encantada de tenerme como interna durante las prácticas del primer año.

Entre medias de todo esto, me enteré de que Irma, la prima de Él, que también vive en Christchurch, estaba embarazada de pocas semanas. Irma y yo no hemos tenido la oportunidad de vernos demasiado, debido a que su trabajo implica muchos turnos de horas poco sociales. Sin embargo, hace unas semanas nos encontramos durante el funeral de la abuela de Él y, con la excusa de su embarazo y mi cambio de carrera, acabamos hablando como cotorras durante horas y forjando los inicios de una amistad. Irma me invitó a acudir con ella y su compañero a hacer la ecografía de las 12 semanas y a estar presente en las visitas a la comadrona. "Qué comadrona tienes?", le pregunté. Y mira tú, casualidades de la vida, su comadrona es Nina.

Irma estaba nerviosa durante la ecografía. Debido a anteriores complicaciones con su embarazo, y a un susto muy gordo que se llevó hace 3 semanas, estaba muy preocupada por ver qué iba a mostrar. Yo estaba nerviosa también, porque esta iba a ser la primera ecografía que presenciaría. Hasta entonces, sólo había visto fotos de las mismas, y no sabía qué esperar.

Por segunda vez en menos de dos días, estuve presente en una situación mágica.

El bebé de Irma apareció tan rápido en la pantalla, que se diría que había estado esperando su momento de gloria. Por imágenes y fotografías que he visto en libros, o por las fotos de mis amigas, sabía qué esperarme en relación a la imagen... pero nunca había presenciado el movimiento. No sé por qué, siempre me había imaginado que un feto tan chiquitito tendría movimientos muy limitados. Pero aquel bebé no parecía haberse enterado... se giraba, movía los brazos, la cabeza, sufría ataques como de hipo... Los tres testigos lo mirábamos con la boca abierta y una sonrisa idiota en la cara. Dos brazos, dos piernas, diez dedos, cabeza en su sitio y del tamaño esperado, corazón latiendo normalmente al doble de la velocidad de su madre... datos que recuerdan que nunca más que durante un embarazo es más apreciada la palabra "normal". Los tres salimos de la consulta felices, e Irma parecía haber rejuvenecido 10 años en media hora.

Al día siguiente le tocaba la consulta con la comadrona, y me las arreglé para escaparme del trabajo durante una hora para acompañarles. Nina trabaja en lo que desde fuera parece una casa neozelandesa normal y corriente. Dentro, 5 comadronas se alternan para pasar consulta, más dos extra que han acomodado después de que perdieran su consulta durante el terremoto de Febrero. El interior de la consulta me impresonó muy gratamente... el sentimiento nada más entrar era de estar en tu casa. Nada en aquel lugar recuerda a una "consulta", excepto por algunos panfletos acerca del embarazo. Los sofás en la sala de espera no se distinguen en nada de los que cualquiera tendría en su propio salón. Hay juguetes en el suelo para los niños, y una ventana da a un jardín lleno de flores. La consulta en sí parece una habitación especialmente bien ordenada, con una cama individual (en vez de una camilla de hospital) que parecía de lo más cómoda y acogedora.

Lo que siguió fue una charla, casi entre amigos, entre Nina, Irma y su novio. Entre minuciosa información acerca de la ecografía, la alimentación de la embarazada y otros temas, Nina intercalaba preguntas más personales: "¿Cómo te sientes respecto a este embarazo?", "¿Qué tal vas del estómago estos días?", "¿Habéis pensado ya en planear las compras para el bebé?". Yo observaba y tomaba nota mentalmente.

"¿Os gustaría escuchar el latido del corazón del bebé?", preguntó Nina. "¡Claro!", exclamamos los tres casi al unísono. Irma se tendió en la cama y Nina tomó un detector de ultrasonidos (o comoquiera que se llame ese aparato). Pasándolo sobre el abdomen de Nina, pronto escuchamos un sonido rítmico, fuerte y lento. "Este es el tuyo", dijo Nina. "Ahora a ver si encontramos el del niño". Tras un rato más rebuscando por la barriga de Irma, con nosotros tres en silencio absoluto escuchando el chisporroteo estático de la máquina, pronto empezamos a percibir algo más concreto... bumbumbumbumbum... un sonido suave, rápido, delicado. El corazón de un bebé tan pequeño como una ciruela, pero lleno de vida y de futuras promesas. Nina nos dejó disfrutar de aquella música durante un buen rato.

Sí, esto es lo que yo quiero hacer. Quiero ser testigo de las caras de emoción, sorpresa e incredulidad de las mamás que esperan a su hijo. Quiero tranquilizarlas, apoyarlas y acompañarlas en este viaje alucinante. Quiero conocer gente nueva - pero nueva de verdad - cada día. Participar de la magia.



9 comentarios:

  1. Oye, ¿de verdad que no te asoma el instinto maternal por ningún lado? Me cuesta creerlo.

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  2. Tal y como lo cuentas se ve tan atractivo que apetece participar en algo así. Ver al feto moverse, comprobar que es algo vivo, escuchar sus latidos.... ¿cómo hay quien pueda pensar que un feto no es nada importante y por lo tanto se pueda tirar a la papelera?
    Ahora bien, de momento parece ser que sólo viste la parte buena de un embarazo, pero tendrás que prepararte para cuando los embarazos den problemas y las sonrisas se conviertan en lágrimas.
    Ten seguro que tanto cuando las cosas vayan bien como cuando vayan mal yo estaré aquí para apoyarte y compartir contigo risas y lágrimas.

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  3. jajajaja quién te verá con tus primeros pacientes, estarás tan emocionada con lo que ves que se te olvidará traducirselo en cristiano y les soltarás alguna frikez científica.

    Yo nunca he sido capaz de ver nada en una ecografía, de hecho en las revisiones ginecológicas por más que me señalan la pantalla diciendome que ahí está mi ovario yo no veo nada de nada, ¡como para encontrar un crio ahí dentro!

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  4. Nasón, nada hijo, ni un ápice. Me gusta participar nmde la experiencia, no llevarme "la experiencia" a casa ;)

    Calandra, lo tengo muy en mente. No todo van a ser sonrisas, y de hecho estoy segura de que habrá momentos durísimos. Pero confío en que los momentos buenos compensen por ello.

    Almóndiga, las ecografías de ahora te las hacen también en 3D, y te asombraría ver la nitidez y los detalles que tienen.

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  5. Si, sin duda hay que tener en cuenta los malos momentos. Una pareja de amigos perdió a su bebé cuando quedaban pocos días para nacer, es un drama tremendo. Por fortuna creo que no es algo muy habitual.

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  6. Jajaja pues no veas cuando ya estás de 5 o 6 meses y viendo tan tranquila la Tv y de repente el feto se mueve y el sillón y tú también a la vez... o cuando se te va toda la tripa a la derecha o a la izquierda...
    Mi madre me acompañaba alguna vez a las ecografías y ella no veía nada nunca, la pobre.
    Por cierto, yo las ecos de todos los meses de los dos hijos las tengo grabadas en una cinta VHS y es un recuerdo muy bonito

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  7. Jolín, pues yo, no sé si será por la edad (31) cada vez que veo un bebé me derrito. Es una sensación que no puedo describir. Alguna vez incluso se me saltan las lágrimas y me veo y me las deseo para disimularlas. Yo creo que la primera vez que tuve esa sensación fue cuando le di a coger un dedo de mi mano a un pequeñajo de pocas semanas. Para mí, el sentir que me apretaba con su manita fue algo maravilloso, sentir que esa cosa tan pequeña es algo vivo, tan delicado, frágil e indefenso. No sé, ya digo que no encuentro palabras.
    Cuando crecen un poco más (unos meses más) lo que me gusta es intentar arrancarles una sonrisa, una sonrisa que, si se consigue, uno tiene la certeza de que es sincera (al contrario que sucede con la mayoría de adultos). Y se me vuelven a saltar las lágrimas, como ahora, mientras escribo estas palabras.

    Pero bueno, eso va en el carácter de cada uno.

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  8. Hoy la ciencia te permite ver, oir y casi tocar a tu hijo cuando aún está dentro de ti.
    Hace 35 años, en una de mis primeras consultas, el ginecólogo me preguntó si quería oir el corazón de mi hijo (yo no sabía que era posible). Aún hoy me emociona recordar aquel momento, era imposible que un ser tan diminuto tuviera tanta fuerza, se parecía al galope de un caballo. Me puse a llorar como una tonta.
    Besinos.

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  9. Debes tener muy presente que te vas a comer muchos, muchíiiiisimos, innumerables marrones. Te lo digo por experiencia; soy veterinaria clínica de bovino y los partos son, sin duda, lo peor. Me pongo de los nervios incluso en los que van bien, ya no te digo en las distocias: cuando hay torsiones de matriz, cuando la cría viene mal colocada y te pasas media hora intentando colocarla, cuando sale hasta la mitad sin problemas y se atasca en la cadera (en humanos supongo que esto último no pasa, claro), partos secos, hemorragias graves en las que no ves ni un pijo para poder suturar, etc, etc, etc, etc... En humana tendréis muchos más medios, obviamente, y un médico y quirófano siempre a mano, pero los marrones siempre son marrones y se pasa verdaderamente mal, sobre todo al principio. Te vas a ver muchas veces totalmente sobrepasada y desesperada. Si no estás 300% segura de lo que vas a hacer, mejor que lo pienses, para esto hay que ser total y absolutamente vocacional. Cuando estás haciendo prácticas todo se ve de otra forma porque no tienes responsabiliad en lo que suceda, pero luego la cosa cambia como entre la noche y el día. Yo estoy intentado redirigir mi vida laboral de hecho.

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